Observando los volcanoes desde el espacio

Con una cotidianidad pasmosa nos hemos llegado a acostumbrar a mirar el televisor cada día después de las noticias, y ver una perpectiva, inusual, de otro mundo, uno que nunca hemos observado desde ese punto de vista, pero que sin embargo reconocemos con facilidad. Somos capaces de identificar sin dificultad las líneas continentales, las masas de agua y, el objetivo de esa representación en cámara, la evolución de las nubes, y por ende, del vapor de agua listo para descargar sobre nuestras cabezas.

Hoy en día, la observación de la Tierra desde el espacio es una herramienta fundamental no sólo para la predicción del tiempo meteorológico que vamos a disfrutar o, muy de vez en cuando en Canarias, a sufrir. En la última década, la popularización de Google Earth ha democratizado el uso de las imágenes de teledetección por sátelite, y ya más de uno, no puede imaginar su trabajo laboral o la planificación de sus vacaciones sin esa herramienta.

En el campo de la volcanología, la observación de la Tierra desde el espacio o teledección ha ido progresando lenta pero de forma segura. Tras la segunda guerra mundial, las superpotencias se lanzaron a desarrollar ambiciosos programas de satélites artificiales para ganar “inteligencia”, básicamente cartografiar el terreno y evaluar los recursos naturales a escala global. Esta carrera de experimentación culminó a principios de los años 70 con el desarrollo del programa civil estadounidense Landsat, que continua en la actualidad.

Los satélites Landsat y decenas de misiones similares orbitan alrededor de La Tierra escaneando repetidamente casi toda la superificie del planeta, con lo que se facilita la detección de cambios del terreno. Estos satélites llevan incorporados sensores muy sofisticados que registran la energía que libera o refleja la superificie terrestre. Esa energía puede ser la energía por radiación calórica de una colada de lava o de una zona de fumarolas, la radiación solar reflejada por el suelo durante el día, etcétera.

Basándonos en la interpretación cuidadosa de esas interacciones de energía con el terreno somos capaces de detectar cambios de temperatura, de composición de los gases en la atmósfera, o incluso de la distancia que separa la superficie del volcán con respecto a un satélite. En definitiva, la observación de la Tierra desde el espacio nos permiten obtener observaciones continuas, seguras y fiables, de muy diversos parámetros geométricos y físico-químicos entorno a un volcán.

En el caso del volcanismo de las Islas Canarias, no ha sido hasta la introducción de técnicas de observación desde satélite que hemos sido capaces de registrar el comportamiento de toda una isla a la presión ejercida por el magma en profundidad. Utilizando una técnica denominada interferometría radar, se ha podido comprobar la extensión de los cambios topográficos inducidos por la acumulación del magma antes y durante de la erupción de El Hierro [1]. Una información que difícilmente podría haberse recabado de otra forma.

Las observaciones desde el espacio son, por tanto, muy valiosas, aunque no pueden enterderse como un sustituto de la vigilancia volcánica sobre el terreno, sino como un complemento fiable y seguro para la evaluación y seguimiento del nivel de actividad de un volcán.

[1] González P.J., Samsonov S., Pepe S., Tiampo K.F., Tizzani P., Casu F., Fernández J., Camacho A.G., and Sansosti E. (2013), Magma storage and migration associated with the 2011-2012 El Hierro eruption: Implications for shallow magmatic systems at oceanic island volcanoes, Journal of Geophysical Research – Solid Earth, 118, 4361–4377, doi:10.1002/jgrb.50289.

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